Como primera entrada en esta bitácora, una algo polémica. Cada día más, somos conscientes de que es necesario respetar el Medio Ambiente, lo que me parece realmente positivo. Parece ser que la Humanidad ha llegado a un punto en que es capaz de alterar el equilibrio mundial, que ha pasado a ser una fuerza transformadora del planeta a tener en cuenta. Es evidente que la destrucción de equilibrios climáticos milenarios provocará, en el mejor de los casos, la caída de la civilización y, en el peor, la desaparición de nuestra especie. Así que no estamos hablando de ninguna tontería.
Sin embargo, se está extendiendo una oleada de alarmismo o extremismo basada en los resultados de ciertos estudios que no es demasiado aconsejable, ya que se basa en una interpretación poco acertada del funcionamiento de la ciencia. El problema es mucho más complejo de lo que parece, y no sé si esta entrada podrá tratarlo por completo, pero, al menos, me gustaría que sirviera como inicio de un debate.
El mundo es un lugar muy complejo. Cualquier acción que se tome con el propósito de conseguir algún fin, a priori beneficioso, puede tener consecuencias negativas inesperadas; así que, lo suyo, sería que antes de lanzar propuestas de actuación se esperase un poco a que el conocimiento científico tuviera tiempo de asentarse y de evaluar todas las consecuencias. Si llevamos décadas contaminando, no es demasiado grave esperar unos meses antes de tomar medidas de beneficios, cuanto menos, dudosos. Sin embargo, se extienden una serie de ideas simplistas y bastante curiosas tendentes a cuidar el medio ambiente, muchas de ellas basadas en un único estudio científico que se toma como estrictamente cierto, sin saber que todo trabajo científico está sometido a revisiones y reinterpretaciones por parte de la comunidad investigadora.
No obstante, pienso que el problema no está, únicamente, en ese mal uso de la ciencia, sino en algo bastante más profundo: la «politización» del cuidado del medio ambiente. Y me refiero, casi en exclusiva a que, en consonancia con el bipartidismo que parece asentarse en las sociedades occidentales, la gente empieza a encuadrarse en dos grupos teóricamente antagónicos – no todo el mundo sigue una de estas dos posturas, pero estos radicalismos, de uno u otro bando, ganan cada día más adeptos -. Unos son los defensores de un ecologismo a ultranza, que se identifican con ideas políticas progresistas y siguen una línea de actuación de la que nadie del grupo puede salir: ser de «izquierdas», estar en contra de la energía nuclear, alabar todo estudio científico que corrobore la urgencia de actuar contra el cambio climático, decir que todo estudio en contra está pagado por las petroleras… Otros son los defensores de que no está pasando nada, y nuevamente, han de seguir una línea de actuación rígida: ser de «derechas», estar a favor de la energía nuclear y del petróleo, alabar todo estudio crítico con el cambio climático y decir que todo estudio que corrobora el efecto antropogénico está financiado por el grupo de presión ecologista-izquierdista… Y no caben posiciones intermedias, como ser progresista y no odiar la energía nuclear, o criticar un estudio alarmista porque la base científica no se sostiene, pero estar convencido de que hay que parar las emisiones de dióxido de carbono…
Y la ciencia está en medio. Ambos grupos pretenden que la ciencia les dé la razón, esgrimiendo, como verdades absolutas y dogmas, resultados de investigaciones que están, permanentemente, sometidas a revisiones y reinterpretaciones por el resto de la comunidad científica. Antes, se buscaba el apoyo de la religión, ahora queremos que la ciencia nos dé la razón.
Quizá como consecuencia de este radicalismo creciente, se están dando tendencias que, de seguir exagerándose, me preocupan bastante. Se extiende una forma de pensar que intenta fijar normas de conducta a la población. Esto no es malo de por sí, el problema es cuando otros valores, como la libertad o el respeto a las opiniones ajenas quedan en segundo plano. Está muy bien reciclar todo lo que podamos y más (yo lo hago, y seguiré haciéndolo porque es mucho más práctico que no hacerlo… ya habrá entradas sobre el reciclaje), pero lo que no veo tan correcto es despreciar o mirar mal a quien no lo hace. Si no quieres comer carne para proteger a la naturaleza (por cierto, muchos vegetarianos no lo son por este motivo, sino por otros diferentes), eres libre de hacerlo. Pero deberías respetar al que no ve un problema en algo que la Humanidad lleva haciendo desde sus inicios, y lo mismo que hacen otros muchos animales. El que bebe agua embotellada en vez de agua del grifo, a lo mejor tiene sus motivos, y no tiene que convertirse en un «apestado». No es censurable usar el coche cuando el transporte público de tu localidad no funciona, o cuando para ti tiene otras ventajas.
Porque leí el caso de una mujer que se había esterilizado para proteger a la Naturaleza. No quería traer a este mundo un hijo que gastase recursos naturales y contaminara. Las consecuencias de seguir pensando en esa línea, inmersos en esta guerra entre dos radicalismos opuestos, son inquietantes. ¿Llegará el día en que a las mujeres embarazadas se las mire mal? ¿Se llegará a suicidios o a asesinatos para librar al mundo de seres humanos contaminantes?
Por supuesto, el triunfo del otro radicalismo también es inquietante, y es la inacción porque la ciencia es incapaz de demostrar que se está produciendo un cambio climático. Aunque sea verdad, eso no significa que no debamos actuar para detener tendencias y cambios a nivel global poco tranquilizadores, que sí están bastante bien demostrados. Pero esto queda para otra entrada.
Ya hay algo de polémica en esta bitácora. Advierto que no tendré ninguna piedad a la hora de borrar comentarios insultantes, y aviso, también, que acepto colaboraciones que podría publicar en forma de entradas firmadas por sus autores.
A debatir.